Lucía que cada día se levantaba con ilusión para ir a su trabajo como peluquera en un conocido local de la ciudad.
Mantenía a una familia de 5, contando con su marido, cada día miraba por ellos, procurándoles atenciones y cariños en los momentos libres. Su corazón se mantenía vivo también por ellos, su lucero.
Una mañana, se descubrió con dificultades para "arrrancar". Sus manos, desobedientes, despertaban de su sueño más tarde de lo previsto.
Pero, pasado el momento, todo volvía a la normalidad y ella a su rutina.
Lo olvidó un poco, como un hecho aislado. Igual que aquel dolor en los tobillos.
Una mañana más, de nuevo el sueño de sus articulaciones. Y, al coger las tijeras, dolor. No se había fijado pero tenía las manos doloridas e hinchadas. ¿Qué era eso, que no le había pasado nunca antes?
Aguantó como pudo, no le gustaban las pastillas, no quería pecar de victimista y hacerse la enferma.
Hasta que en el trabajo descubrió un tope. No podía seguir así, sus manos no parecían las suyas. El dolor la había acosado tanto los últimos días que tuvo que excusarse un momento para aliviarlo entre lágrimas, escondida en el baño.
Su marido la convenció. Fueron al médico. Y su doctora de cabecera le recetó algo para el dolor y una visita a un especialista que nunca había oído antes: el reumatólogo. Como de "reuma".... ¿pero eso no era lo que le pasaba a las personas mayores con la edad? Ella era demasiado joven para eso. Sin embargo, la doctora insistió, esos dolores acosaban a gente incluso más joven que ella y si quería que no fuera empeorando a gran velocidad debía ir.
Y fue.
El reumatólogo fue amable. Exploró articulación por articulación. Pidió unas pruebas. Se vieron de nuevo... y llegó la etiqueta: artritis reumatoide.
Tenía que tomar unos fármacos que le bajarían las defensas y eso la asustaba un poco (para qué mentir, le asustaba mucho).
Pero la otra opción, la de ver sus articulaciones empeorar hasta no poder seguir con su vida habitual, era mucho más aterradora.
Y dejó de ignorar al dolor para tratarlo con pastillas. Y fue mejorando. Y descubrió la lucha de fondo que debía mantener contra la enfermedad, atenta a sus síntomas para, de brote en brote, mantener la sonrisa y a su cuerpo lo más sano y fuerte posible. Para vencer cada una de las batallas al dolor.
Hay muchas ellas (3:1, respecto a los hombres). Requieren adaptaciones en su vida cotidiana, a veces en el trabajo, a veces cambio de trabajo.
Y, en general, muchas personas con enfermedades reumatológicas que sufren en silencio mientras la vida pasa, hasta que no pueden más.
El dolor puede oscurecer el horizonte pero, tras él, como una nube engañosa, se encuentra de nuevo el sol.
Y levantarse cada día.
Y ponerle una sonrisa a la vida.
Dedicado a todos, ellos y ellas, que luchan por sus esperanzas. Y a los reumatólogos, enfermeras y auxiliares que aportan algo de luz a sus vidas en cada una de las consultas.
NOTA: Lucía es un nombre ficticio, la historia, un compendio de muchas historias. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.